Producto de un procedimiento invasivo que altera la anatomía y la fisiología de la piel, el tatuaje es una herida abierta que necesita cuidados precisos para evitar que se convierta en un foco de infecciones.
Su trauma punzante altera la barrera física e inmunológica de la piel, favoreciendo el ingreso de bacterias, micobacterias, hongos o virus, dependiendo de las condiciones en las que se realiza y el cumplimiento de las normas de bioseguridad para prevenir este riesgo.
Algunas complicaciones inmunológicas pueden generar reacciones alérgicas en la zona tatuada, como la dermatitis de contacto, o reacciones fotoinducidas, que se manifiestan por la aparición de lesiones eritematoedematosas tras la exposición del tatuaje a radiación ultravioleta.
Algunos pacientes con condiciones especiales como dermatitis atópica, que usan medicamentos como inmunosupresores, o con inmunodeficiencias como VIH, tienen más riesgo de contraer infecciones o problemas en la cicatrización.
Si está considerando la idea de hacerse un tatuaje, evite ocultar lunares. Entre los riesgos en personas sanas o en pacientes con antecedentes de cáncer de piel, está la dificultad de detectar posibles enfermedades. Los tatuajes pueden entorpecer la identificación de lunares con características anormales, como cambio de color, textura, aparición de bordes irregulares, asimetría o un tamaño mayor a 6 mm, retardando el diagnóstico oportuno de un posible cáncer de piel.
Recomendaciones para disminuir los riesgos al momento de tatuarse